Los beneficios de pensar lo impensable
por Rita McGrath
Mi colega Gökçe Sargut y yo estamos trabajando en cómo los ejecutivos pueden mejorar la forma en que funcionan sus organizaciones en condiciones de complejidad. Mientras investigábamos los antecedentes, me fascinaba el pensamiento contradictorio de Aaron Wildavsky, un conocido científico social. Sostuvo que, cuando se enfrentan a los riesgos, las organizaciones tienen dos respuestas básicas posibles. Los sistemas pueden diseñarse para evitar los riesgos o pueden diseñarse para que sean resilientes, de modo que cuando sucedan cosas terribles, el sistema pueda responder. La mayoría de las organizaciones tienen un fuerte sesgo hacia la prevención de riesgos: creamos sistemas tan reacios al riesgo que truncamos el aprendizaje y, a veces, incluso aumentamos los riesgos que intentamos evitar.
Tres acontecimientos recientes nos recuerdan que fomentar la resiliencia en las organizaciones —de hecho, pensar lo impensable y prepararse para afrontarlo— puede sernos más útil que evitar riesgos.
El primero es el caso de la ceniza volcánica de Islandia que cerró importantes corredores aéreos entre Europa y Norteamérica durante días, cierres que prometen repetirse a intervalos impredecibles. Antes de la inevitable ceniza del volcán Eyjafjallajökull, el procedimiento estándar en el negocio de las compañías aéreas no era volar entre las cenizas, es decir, evitarlas por completo. Cuando ocurrió lo impensable —una nube de ceniza tan grande que no podía evitarse—, no todos estaban preparados. Recién ahora la industria se imagina un mundo en el que las grandes nubes de ceniza puedan ser una característica permanente.
El segundo, por supuesto, es el indómito derrame de petróleo de BP en el Golfo de México. Sean cuales sean los errores que se cometieron en el departamento de prevención, está absolutamente claro que se pensó poco en prepararse para responder en caso de que algo saliera mal.
Y la tercera la describió en un artículo reciente del Wall Street Journal,» Usar la ciencia contra las bombas suicidas.» El enfoque convencional para combatir los atentados suicidas con bombas ha sido tratar de evitarlos mediante la seguridad y la vigilancia. Zeeshan-ul-Hassan Umani, becario estadounidense de Fulbright, está estudiando un enfoque complementario, y sugiere que los sistemas se diseñen para minimizar los daños que pueden causar las bombas. El software de simulación que está desarrollando indica (entre otras cosas) que cuando las bombas explotan en las mezquitas, donde la gente se sienta en filas, se producen menos muertes que cuando explotan en lugares concurridos, donde la gente se mueve al azar. Su investigación sugiere que, si los organizadores de eventos en lugares amenazados utilizaran filas en lugar de asientos circulares, se podrían reducir las muertes y las lesiones hasta un 25%.
Por supuesto, siempre preferimos evitar los resultados negativos si es posible, y las organizaciones deberían invertir en prevención. Sin embargo, sería prudente recordar que invertir en resiliencia puede ser un componente complementario y esencial a la hora de prepararse para enfrentarse a los riesgos.
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