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Psicología

Cómo afrontar la decepción

por Manfred F.R. Kets de Vries

Cómo afrontar la decepción

PM Images/Getty Images

Robert no sabía qué pensar. ¿Cómo había podido juzgar tan mal la situación? Se sentía enfadado, triste y traicionado.

Debido a su inminente jubilación, Robert había preparado cuidadosamente a un sucesor para que se hiciera cargo de su proyecto clave. Los ejecutivos de la empresa le aseguraron que estaban de acuerdo con su elección. Pero a la hora de la verdad, vetaron a su candidato. En su lugar, nombraron a otra persona para que asumiera el liderazgo, alguien en quien Robert no confiaba para continuar el trabajo que había sido la piedra angular de su carrera. Robert se quedó dándose patadas por no haberlo visto venir. La sensación de inutilidad y desconcierto era casi demasiado para soportarla.

Muchas personas superan con éxito sus decepciones. De algún modo, tienen la fuerza necesaria para hacer balance de lo que les ha ocurrido, aprender del incidente y seguir adelante. Salen fortalecidas de tales decepciones. Pero otros, como Robert, tienen dificultades. En estos casos, la decepción puede incluso convertirse en depresión. ¿Cómo podemos aprender a gestionar eficazmente nuestras decepciones?

Gestionar las expectativas

Alguien dijo una vez: “Las expectativas son la raíz de todas las penas”. La cita reconoce que cuando experimentamos una decepción, nuestras esperanzas y expectativas no se ajustan a la realidad. Todos nos sentimos así de vez en cuando. Algunas de estas decepciones no supondrán un gran cambio, pero también las hay que pueden cambiar el curso de nuestras vidas.

Dada la naturaleza enrevesada del deseo, no hay experiencias que estén totalmente libres de decepción. Esto es lo que hace que la decepción sea un sentimiento tan complejo y confuso. Muchos de los deseos que perseguimos son inconscientes, sublimados y con frecuencia contradictorios.

Paradójicamente, incluso podemos sentirnos decepcionados cuando conseguimos lo que deseamos. Por ejemplo, en el ensayo de Sigmund Freud de 1916 “Algunos tipos de carácter encontrados en el trabajo psicoanalítico,exploraba la paradoja de las personas que estaban “destrozadas por el éxito”. Inconscientemente, estas personas creían que su éxito era injustificado, por lo que alcanzarlo no les resultaba satisfactorio. En otros casos, incluso cuando conseguimos lo que queremos - y creemos que lo merecemos - podemos descubrir que lo que tanto deseábamos no nos aporta la dicha y la felicidad esperadas.

Influencias del desarrollo

La forma en que gestionamos la decepción está relacionada con nuestra historia de desarrollo: la relación con nuestros padres y otras experiencias tempranas y formativas.

Algunas personas tratan de evitar la decepción convirtiéndose en personas de bajo rendimiento. Inconscientemente ponen el listón bajo y evitan asumir riesgos, para evitar decepcionarse a sí mismas o a los demás. Sin darse cuenta, han decidido que la mejor estrategia es no tener grandes expectativas sobre nada. Este comportamiento se convierte en una forma de autoconservación. Sin embargo, también conduce a una vida mediocre e insatisfecha. Irónicamente, estas personas suelen convertirse en decepciones para todos, incluidos ellos mismos.

Otros, siguiendo una trayectoria muy diferente, tratan de evitar la decepción convirtiéndose en superdotados. Aunque se dicen a sí mismos que sus expectativas de perfección son adecuadas y realistas, estas presunciones resultan no ser ciertas en absoluto. Se ponen el listón demasiado alto para que lo que quieren conseguir les resulte alcanzable. Olvidan que el perfeccionismo rara vez engendra perfección o satisfacción, sino que con demasiada frecuencia conduce a la decepción.

Por supuesto, también hay personas con un historial de desarrollo más equilibrado. Estas personas normalmente tuvieron padres que no intentaron ser perfectos, y tampoco esperaban que sus hijos lo fueran. Al ser padres “suficientemente buenos”, crearon una base segura para sus hijos. Estos niños se sienten seguros en sus relaciones, apoyados en lugar de controlados, y son capaces de jugar, explorar y aprender, adquiriendo así la fuerza interior necesaria para enfrentarse de forma constructiva a los inevitables contratiempos que les saldrán al paso en su viaje por la vida.

Aunque es útil saber hacia qué lado nos inclinamos, nuestra historia de desarrollo no es nuestro destino. Sea cual sea nuestra historia de desarrollo -tengamos una base segura o no- la decepción puede proporcionarnos información valiosa sobre nuestras creencias acerca de nosotros mismos, de los demás y de lo que nos hace felices.

Estilos de afrontamiento

Las grandes decepciones suelen ser momentos decisivos en la vida de las personas. Afrontar la decepción de forma constructiva puede ser un proceso autocurativo que contribuya al crecimiento personal y a una mayor resiliencia. Tomemos como ejemplo a Winston Churchill. Al principio de su carrera, la desastrosa campaña militar de la Primera Guerra Mundial en Galípoli le obligó a dimitir de su cargo de Primer Lord del Almirantazgo. Churchill había ideado un plan (más tarde llamado “la locura de Churchill”) para enviar una flota a través del estrecho de los Dardanelos y capturar Constantinopla (la actual Estambul), lo que predijo que provocaría que la Turquía otomana abandonara la guerra. Pero el plan fracasó por completo y decenas de miles de personas murieron. Churchill cayó en desgracia y fue degradado.

Para hacer frente a esta calamidad y a la humillación subsiguiente, volvió a centrar su atención y su energía lejos de la política. Seis meses después de su degradación, se convirtió en oficial de infantería y se unió a la lucha en Francia. Durante su tiempo fuera del foco político, reflexionó sobre lo que le había sucedido y lo que le había enseñado sobre cómo afrontar los retos de la vida. Aunque al principio se sintió abrumado por lo que él llamaba su “perro negro de la depresión”, Churchill se dio cuenta de que era mucho más constructivo replantear sus decepciones como experiencias de aprendizaje para poder afrontarlas mejor en el futuro, y utilizar la decepción como catalizador del crecimiento personal. Ese examen de conciencia le proporcionó nueva información sobre sí mismo, el mundo y los demás.

Demasiadas personas, cuando se enfrentan a una decepción, tienden a atribuir los acontecimientos negativos de la vida a sus fallos personales. Recurren a la autoinculpación obsesiva, ya que se sienten avergonzadas o humilladas por no estar a la altura de la imagen de su yo ideal. Como resultado, dirigen su ira hacia dentro, hacia sí mismos. Puede que les incite a decir que se lo merecían, que no eran lo bastante buenos. Otros, sin embargo, dirigirán su ira hacia fuera, hacia los demás, hacia las personas que no cumplieron sus expectativas. Contribuirá a generar sentimientos de rencor, venganza y amargura.

Por desgracia, ambas reacciones emocionales mantienen a la persona atrapada en una red de decepción. En muchos casos, la decepción puede convertirse en una tristeza persistente: un sentimiento de pérdida, de haber sido defraudado o incluso de traición. En particular, esto ocurre cuando la decepción ha sido infligida por personas en las que confiaban profundamente, como en el caso de Robert. ¿Cómo podemos superarla?

Superar la decepción

Por desagradables que sean las decepciones, siempre podemos aprender algo de ellas.

Para afrontar la decepción de forma constructiva, primero tenemos que entender lo que ha ocurrido. Algunos casos de decepción son previsibles y evitables. Pero hay otros que son inevitables y escapan a nuestro control. Para gestionar la decepción, debemos diferenciar entre las situaciones que están bajo nuestro control y los factores que escapan a él. Ser capaces de reconocer la diferencia nos ayudará a gestionar nuestras frustraciones de forma más adecuada.

También debemos comprobar si nuestras expectativas son razonables. ¿Estamos teniendo expectativas poco realistas y, por tanto, apuntando demasiado alto? ¿O estamos fijando nuestros objetivos demasiado bajos? Si pertenece a ese grupo de personas que fijan sus expectativas demasiado altas, trabajar de forma constructiva a través de las decepciones puede ayudarle a modificarlas. Puede que aprenda a alejarse de los estándares perfeccionistas; puede que empiece a aceptar lo que es “suficientemente bueno”. Para los que han puesto el listón demasiado bajo, lo que deberían dejar de hacer es aferrarse a falsas creencias sobre la vida como: “Ya no hay esperanza” o “Nunca nada me sale bien”. Evitar la decepción no es posible en la vida; intentar hacerlo no es una forma muy constructiva de afrontar los retos de la vida.

Cuando la decepción se produce con regularidad, puede ser aconsejable reevaluar nuestras percepciones y comportamientos. Podemos examinar si estamos invitando a la decepción. ¿Podríamos haber sido más claros en nuestra comunicación de lo que esperamos de los demás? ¿Sabemos realmente lo que esperamos de nosotros mismos? ¿Estamos escuchando lo que nos dicen los demás? ¿Podríamos haber hecho algo diferente para llegar a un resultado distinto? Además, teniendo en cuenta lo que sabemos de nosotros mismos, ¿cómo podemos ajustar nuestras expectativas para ser más eficaces la próxima vez? ¿Y qué apoyo y recursos tenemos a nuestra disposición para ayudarnos a superar con éxito nuestros sentimientos de decepción?

Para afrontar la decepción de forma constructiva, no deje que se convierta en apatía y depresión. La rumiación negativa sostenida no es una receta para el cambio. Cuando nos preocupan las malas noticias, perdemos de vista lo que está bien en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea. Sólo interiorizamos los sentimientos de tristeza y rabia. Aferrarnos a estos sentimientos puede hacer que los convirtamos inconscientemente en parte de nuestra identidad.

Cuando nos sorprendemos pensando negativamente, debemos redirigir nuestra energía y centrarnos en soluciones positivas. Aunque desde una perspectiva inconsciente podamos ser reacios a dejar ir una experiencia decepcionante, a largo plazo será más perjudicial seguir aferrándonos a ella. Cuando nos preocupamos demasiado pensando en situaciones que no han cumplido nuestras expectativas, sólo creamos un estrés innecesario.

La decepción no está destinada a destruirnos. Si se toma con calma, puede fortalecernos y hacernos mejores. A pesar de su devastador impacto emocional, podemos incluso considerar los encuentros con la decepción como viajes hacia una mayor perspicacia y sabiduría. Pero para que estos viajes de autorreflexión y reevaluación tengan sentido, necesitamos mirar bajo la superficie. Sólo trabajando las asociaciones dolorosas nos liberaremos de ellas.

A pesar de cualquier experiencia decepcionante que se nos presente, nuestro reto será no dejar que arraigue la amargura. Haríamos bien en tener presente que, aunque la decepción es inevitable, desanimarse es siempre una elección.

Nota del editor: Una versión anterior de este artículo atribuía erróneamente la cita “La expectativa es la raíz de todos los sinsabores” a William Shakespeare. Aunque HBR.org no es el primero en cometer ese error, hemos actualizado la atribución para evitar que otros lo repitan.